aproximadamente 12.000 personas que se encaminaron al exilio saliendo de puertos del Levante hacia los puertos de África, o por avión, los últimos días de la guerra, finales de marzo de 1939. Una de las refugiadas de esta última fase, María Lecea, actualmente residente en Málaga tras haber sido durante varias décadas profesora de español en Pekín, ha contado recientemente cómo fue la salida del último barco que zarpó del puerto de Alicante, el Stanbrook, en el que ella consiguió salir junto con su marido:
Yo
tenía entonces 17 años recién cumplidos. Nosotros
salimos en el último barco que zarpó del puerto de
Alicante el 28 de marzo. Se quedó mucha gente en el puerto
esperando más barcos que no llegaron y fue allí donde
hicieron prisioneros a muchos soldados que iban llegando en
camiones y que luego trasladaron al campo de concentración de
Albatera. Yo subí al barco y me puse en la proa porque estaba
llenísimo. Era un barco parece ser de capitán griego, un
poco raro. La República había pagado por él para
poder salir. Estaba llenísimo, hasta las cofas, las tres
bodegas llenas de gente hasta tal punto que el capitán dijo
que como hubiera marejada volcábamos.
Yo
estaba pensando bajarme por una cuerda si mi marido no llegaba,
porque resulta que a mi marido le había detenido la Junta de
Casado y había el peligro de que llegaran las tropas
franquistas que ya estaban entrando en Alicante. Afortunadamente
iban soltando de la cárcel a poquitos, de a dos, de a tres, y
a él con dos mujeres que fueron a los últimos que
soltaron y llegó corriendo directo desde la cárcel. Yo le
vi llegar. Él no me veía, pero oyó mi voz que le
llamé.
Subió al barco, que ya estaba levantando la escala, y hasta
que llegó donde yo estaba, el barco estaba llenísimo,
tardó mucho, porque estaba toda la gente apretujada y apenas
nos podíamos sentar, íbamos de pie en cubierta. Y luego
empezaron a disparar, ya habían tomado las baterías de
costa. Caían los obuses al agua, formaban surtidores y el
capitán iba zigzagueando. Así salimos.
El
capitán se enteró por la radio que buscaban este barco
porque iban en él militares de alto rango e incluso yo creo
que venían en el barco dos ministros de la República, en
fin, que iban a mandar barcos de guerra a nuestro encuentro porque
sabían que nos dirigíamos a Orán. Entonces el
capitán del barco cambió de rumbo y de pronto oímos
un gran revuelo: que nos traiciona, que nos lleva a Baleares.
Él había puesto rumbo a Baleares para despistar y luego
fue como hacia Italia. Pero se metieron allí unos cuantos
militares a decirle, qué hace usted, dónde nos lleva, nos
lleva -18- con
los franquistas. Él lo explicó. Y en vez de ir a
Orán, llegamos a Argel. Y allí no nos quisieron
admitir.
El
capitán griego cambió varias veces de bandera, ponía
la inglesa o la francesa o cualquiera, porque hacía todo esto
para despistar. Y un viaje que tenía que haber sido de unas
horas, pues duró bastante, pasamos la noche en cubierta,
además llovía y nos cubríamos con una lona que
sosteníamos con la muleta de uno que estaba herido. Nosotros,
como éramos jóvenes, íbamos cantando y con la
ilusión de volver pronto. Ilusos. Total que llegamos a Argel.
No nos aceptaron allí y el barco siguió por la costa
rumbo a Orán. Y allí nos dejaron en el muelle del
carbón con la bandera amarilla de la peste, porque es verdad
que venía gente herida y enferma, pero, en fin, tampoco la
peste. Allí nos dejaron en el muelle del carbón. Entonces
venía la gente en pequeños barcos porque en Argelia
había emigrados de antes, muchos alicantinos, y venían a
buscar a sus parientes y traían comida y agua, y si no
encontraban a sus parientes, nos la daban.
Y
al fin nos dejaron bajar a las mujeres. Ya no me acuerdo
cuánto tiempo pasamos allí. Creo que las mujeres y los
niños, poco. Nos dejaron bajar y nos llevaron a una antigua
cárcel, muy mala, ya inservible. De allí no nos dejaban
salir a la calle. De noche cerraban las celdas, que eran de veinte
o treinta presos, durmiendo ahí en colchonetas rellenas de
paja en el suelo, comiendo rancho y mucho pan, el buen pan
francés21.
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i aquest altre,
Esteban R. Pamies, hoy residente en Nueva York adonde le condujo su largo y movido exilio, ha publicado en 1994 en aquella ciudad norteamericana el libro autobiográfico La importancia de un hombre sin importancia en el que hace una pormenorizada descripción de su cruce de los Pirineos18:
Cuando ya se hallaba el joven soldado Esteban R. Pamies en suelo
francés experimentó sentimientos que cincuenta años
después seguía recordando:
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